Au revoir Julián

Hoy tomé el Metropolitano y en la estación que bajaba, vi caminando frente a mi a un muchacho con gafas de sol. El parecido hizo que me acercase.

Llevaba una gorra y escuchaba el último disco de Diana Krall, eso lo sé porque una amiga acaba de regalármelo (un regalo de cumpleaños adelantado, dice la nota). Lo que llamó mi atención fue su forma de caminar. Las típicas piernas tijera formadas por años de jugar fútbol y la forma en que se cogía la frente. Igual a él. Como si pensase en algo mientras caminaba.

Es 11 de setiembre y no sueño contigo hace varios años. Sin embargo estas siempre en mi mente. A veces me levanto de noche y mientras todos duermen me acerco al balcón y estoy casi seguro de escuchar jazz a lo lejos. Quizá sea que tu mudanza te ha llevado al piso de arriba.

Sí. Debe ser eso.

Estas en el piso de arriba.

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Au revoir Julián / 11 de septiembre

Jamás escucharé una risa como la de Julián (Jullien se llamaba pero le encantaba que le dijera Julián). Tenía una mezcla entre un suspiro ahogado y un eco vago que simplemente te hacía reír.

Le conocí en Argentina en una época de mi vida, tan azul como sus ojos. Es curioso que a las personas más felices de mi vida las haya conocido estando tan triste.

Hay tres cosas que recuerdo de él: su amor por "Let's do it" de Ella Fitzgerald, su olor a canela seca y su afán por visitar librerías. Todo eso amaba de él. Tanto o más que esa manera tan seductora de mirar cuando pedía algo.

A veces sueño con él durmiendo; y otras llevándome a bailar a un boliche de jazz cerca a Corrientes. Las luces bajas, la voz de Nina en el micrófono y un viejito apoyado en la pared tocando un saxofón. Todo casi tan surreal como una escena de Godard.

Julián desapareció en las Torres Gemelas.

Lo último que me dijo cuando nos despedimos en Buenos Aires fue: "Vive feliz Oli. La vida es una pasaje y tú ya tienes el de retorno. Yo todavía el de ida". Esa noche viajamos los dos y fue la última vez que lo vi en persona.

Como todos los que se fueron un 11 de septiembre, Julián buscaba la felicidad. La encontró con Daniel, un argentino que conoció en Nueva York y que como me decía: "Ronca como el metro de Argentina".

Daniel trabajaba en el World Trade Center el día del atentado y cuando Julián no pudo contactarse con él (ya esto lo presumo yo) fue a buscarlo al trabajo. Ninguno de los dos regresaría a casa.

Me hubiese gustado verlo nuevamente. Reírme con él, que me enseñase a tocar el piano, bailar tango como alguna vez lo hicimos en el balcón de su apartamento y contarle que soy feliz. Que soy muy feliz.

Y ya no puedo. Nunca sabré si llegó a dejarse la barba, si se seguía rascando la frente cuando no encontraba sus lentes, ni tampoco conoceré a Daniel, ese hombre que le hacía tan bien.

Au revoir Julián. Hoy te lloré.


O.

 

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