Visitar el teatro solo puede llegar a ser una experiencia desoladora. Saludar a personas que conoces, conversar con quienes no, sonreir a aquellos que te sonrien. Todo llega a ser tan plástico (al menos para mí). Todo... Hasta que se apagan las luces y una ceremonia de ofrenda se inicia frente a los ojos.
No hay ruidos. Nadie te acaricia la mano ni te da una sonrisa tierna que distrae. Eres solo tú y la escena, un cuadro en blanco listo y dispuesto a ser pintado.
El sábado pasado el asiento F6 me esperaba en el ICPNA de Miraflores para ver "Lágrimas de Pastoruri", el último trabajo del coreografo Rogelio López para Terpsícore Proyectos, agrupación nacional que abrió el Festival Danza Nueva de este año.
Al terminar el espectáculo una pregunta se me quedaba en la cabeza rondando: ¿por qué la danza es de bailarines, la performance de performers y el teatro de actores? No es una crítica, ni siquiera un comentario. Simplemente crecía en mí como una reflexión sobre la profesión del bailarín, el poder de un montaje y esa innegable relación entre el espectáculo y el espectador.
La obra se inicia con una maravillosa imagen en movimiento. Un trabajo de sombras muy expresionista en el que un personaje deformado por una luz se mueve dentro de estos cerros de hielo. Así como esta, son muchas las imágenes que acompañan a la pieza, unas más brillantes que otras. El uso de las texturas, los sonidos minimalistas al inicio de la pieza, el trabajo de luces... Todo esto crea una atmósfera perfecta para adentrarnos en esta cueva antes gélida y en la que ahora el agua parece estar evaporándose.
El movimiento es secundario en este proyecto que se sostiene de por sí en las imágenes, pero es precisamente por este motivo tan interesante en un inicio, que la pieza bien podría haber sido desarrollada por actores.
Retomo mi pregunta nuevamente para reflexionar sobre la magia del bailarín en escena. Si. Es verdad que la técnica de un bailarín no lo es todo. Pero tampoco lo es la presencia escénica (si tal cosa existe). Menos las acciones. Acaso no es bello ver danza por danza cuando está es muy bien ejecutada.
Al igual que un canvas necesita de un diseño, un tema, colores y demás, una pieza de danza no amerita simplemente de una dirección y una coreografía, también necesita que el director vea más allá de la misma concepción; que sienta la textura del movimiento y que aprecie precisamente lo que diferencia al bailarín de un performer: su baile.
Notable la participación de Franklin Dávalos (en la foto sosteniendo a Lili Zeni), que a pesar de ser el actor en este montaje, fue quien realmente brilló con zapatos de bailarín.
No hay ruidos. Nadie te acaricia la mano ni te da una sonrisa tierna que distrae. Eres solo tú y la escena, un cuadro en blanco listo y dispuesto a ser pintado.
El sábado pasado el asiento F6 me esperaba en el ICPNA de Miraflores para ver "Lágrimas de Pastoruri", el último trabajo del coreografo Rogelio López para Terpsícore Proyectos, agrupación nacional que abrió el Festival Danza Nueva de este año.
Al terminar el espectáculo una pregunta se me quedaba en la cabeza rondando: ¿por qué la danza es de bailarines, la performance de performers y el teatro de actores? No es una crítica, ni siquiera un comentario. Simplemente crecía en mí como una reflexión sobre la profesión del bailarín, el poder de un montaje y esa innegable relación entre el espectáculo y el espectador.
La obra se inicia con una maravillosa imagen en movimiento. Un trabajo de sombras muy expresionista en el que un personaje deformado por una luz se mueve dentro de estos cerros de hielo. Así como esta, son muchas las imágenes que acompañan a la pieza, unas más brillantes que otras. El uso de las texturas, los sonidos minimalistas al inicio de la pieza, el trabajo de luces... Todo esto crea una atmósfera perfecta para adentrarnos en esta cueva antes gélida y en la que ahora el agua parece estar evaporándose.
El movimiento es secundario en este proyecto que se sostiene de por sí en las imágenes, pero es precisamente por este motivo tan interesante en un inicio, que la pieza bien podría haber sido desarrollada por actores.
Retomo mi pregunta nuevamente para reflexionar sobre la magia del bailarín en escena. Si. Es verdad que la técnica de un bailarín no lo es todo. Pero tampoco lo es la presencia escénica (si tal cosa existe). Menos las acciones. Acaso no es bello ver danza por danza cuando está es muy bien ejecutada.
Al igual que un canvas necesita de un diseño, un tema, colores y demás, una pieza de danza no amerita simplemente de una dirección y una coreografía, también necesita que el director vea más allá de la misma concepción; que sienta la textura del movimiento y que aprecie precisamente lo que diferencia al bailarín de un performer: su baile.
Notable la participación de Franklin Dávalos (en la foto sosteniendo a Lili Zeni), que a pesar de ser el actor en este montaje, fue quien realmente brilló con zapatos de bailarín.
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