Chonguinos

Arturo Quispe fue el mejor amigo de mi abuela. Para cuando lo conocí, poco o nada sabía de él, exceptuando que era un hombre viejo que vivía en uno de los apartamentos de mi abuela en la calle Mantaro de Huancayo.

Todos los domingos, ella lo esperaba con una taza de café recién hecho y caminaban juntos por la chacra de Concepción.

Les gustaba charlar y sentarse bajo el sol con esos sombreros de paja que mi abuelo guardaba en la despensa. Desde la casa se podía escuchar sus risas y a veces cuando el clima lo permitía, me invitaban a acompañarlos a tomar un helado a la planta lechera. Mi abuela siempre me compraba dos. Y mientras me los comía en el camino de regreso, los veía cada vez más lejos. A él siempre enfundado en un saco marrón y a ella apoyada en un bastón de madera.

Ya por la tarde, lo acompañábamos a la plaza central del pueblo para que tomase el bus de regreso a la ciudad.

Una de aquellas tardes, Pancha, con su infinita sabiduría vio en mi lo que mis padres verían años después y decidió contarme la historia de Arturo.

- "Papi, tú sabes que Arturo era bailarín, no?"
- "Sí, abue. Chonguino, no?"
- "Ajá. Pero antes algunos chonguinos se vestían de mujer para bailar porque era un baile solo para varones. Arturo era uno de los que se vestía con pollera y máscara y bailaba en mayo en San Jerónimo."

Mi abuela se quedó calladita un momento y mientras seguíamos caminando me cogió de la mano. De reojo pude verla sonreir.

Arturo Quispe era uno de los mejores chonguinos de San Jerónimo. Era de Tarma pero se había mudado al centro del país siguiendo al amor, un campesino con una chacra preciosa en la ladera del monte a la entrada del pueblo, donde tiempo después pondrían un restaurante campestre.

En la sierra, aunque muchos digan lo contrario, los chonguinos son muy respetados. A puerta cerrada uno vive como mejor le plazca y mientras cosechaban cada primavera los árboles de ciruelo, también sembraban amistades. Arturo y Victor eran felices.

Con el tiempo, la chacra se convirtió en granja, el restaurante en un paso seguro para los viajeros, y su casa de adobe en una de cemento. Arturo y Victor eran felices.

35 años vivieron juntos en San Jerónimo.

Una mañana de abril de 1990, Arturo despertó al lado de Victor. Y lo sintió frío.

Llamó a mi abuela, mi abuela llamó a su esposo y este último a sus amigos de la policía fiscal. Victor había muerto de un paro cardiaco mientras dormía.

Cuenta Arturo que la noche anterior hicieron el amor. Y como cada noche por 35 años, Victor lo abrazó por la espalda y sintió como husmeaba entre sus cabellos.

Victor tuvo tres hijos antes de conocer a Arturo. Había estado casado con una mujer cuyo nombre no hace falta mencionar (así como tampoco vale la pena mencionar que fue su mujer y que un día la amó). Ellos cuatro llegaron a retirar el cuerpo de la morgue y mientras uno se encargaba de los trámites legales, los otros tres entraron a la casa. Sacaron todas las pertenencias de Arturo por la ventana y lo echaron.

No pudo entrar al restaurante. Tampoco recoger sus vestuarios (todos los quemaron). Y ni siquiera mi abuelo que era un abogado respetado en el Juzgado de Huancayo pudo hacer algo por ayudarlo.

Estuvo hospedado unos días con su familia en Tarma pero regresó a Huancayo. Nunca contó que había sucedido allá y simplemente llorando le dijo a mi abuela, "Mis hermanos ya no son mis hermanos".

Yo lo conocí cuando dictaba clases de matemática y lenguaje en el piso de mi abuela. Ella no le cobraba nada y hasta que pudo lo mantuvo ahí.

Hace dos días me enteré que había fallecido.

Salía de comprar pan en un mercado de Huancayo y un auto lo atropelló. Encontraron una foto antigua en el bolsillo de su chaqueta. Victor, vestido de chonguino y Arturo, vestido con polleras. Se cogían de la mano, mientras en la que tenían libre sostenían una botella de cerveza.

Mi abuela ya no está y quizá sea mejor así. Recuerdo que alguna vez me preguntó cuando regresábamos de dejar a Arturo en el bus, "Papito, tú te quieres casar?". Yo tenía 10 años y no entendía bien que era casarse. No dije nada.

De reojo pude verla sonreír.

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Yo vivo con un hombre. Me hace reír. Me mira bailar. Y cuando salimos a la calle somos chonguinos con máscaras sobre el rostro.

A veces me pregunto qué pasará el día que uno de nosotros ya no esté.


Comentarios

jefferson dijo…
Hasta ahora existe el ÚNICO lugar en el Perú donde siguen danzando entre VARONES como era en sus inicios, como antaño, es en la Calle Loreto en Huancayo los días 27,28 y 29 de Mayo. Saludos
Olin Placido dijo…
Gracias por el dato. Qué bueno que las tradiciones no se pierdan. No todo tiene que cambiar. A veces en lo mítico vive el espíritu de los pueblos.