Chonguinos
Arturo Quispe fue el mejor amigo de mi abuela. Para cuando lo conocí, poco o nada sabía de él, exceptuando que era un hombre viejo que vivía en uno de los apartamentos de mi abuela en la calle Mantaro de Huancayo. Todos los domingos, ella lo esperaba con una taza de café recién hecho y caminaban juntos por la chacra de Concepción. Les gustaba charlar y sentarse bajo el sol con esos sombreros de paja que mi abuelo guardaba en la despensa. Desde la casa se podía escuchar sus risas y a veces cuando el clima lo permitía, me invitaban a acompañarlos a tomar un helado a la planta lechera. Mi abuela siempre me compraba dos. Y mientras me los comía en el camino de regreso, los veía cada vez más lejos. A él siempre enfundado en un saco marrón y a ella apoyada en un bastón de madera. Ya por la tarde, lo acompañábamos a la plaza central del pueblo para que tomase el bus de regreso a la ciudad. Una de aquellas tardes, Pancha, con su infinita sabiduría vio en mi lo que mis padres verían a...